El conejo de monte es una de las especies más emblemáticas de la península Ibérica, tanto desde un punto de vista cinegético como desde un punto de vista de conservación. Hay miles de amantes de su caza en las diferentes modalidades permitidas y se trata de la pieza clave de la dieta de algunas de las principales especies amenazadas de nuestro país, como el águila perdicera o el propio lince ibérico, que dependen de forma directa del conejo para sobrevivir en libertad.
La situación actual de la especie no atraviesa por uno de sus mejores momentos. Tras una lenta pero progresiva recuperación de los censos y de las perchas en la última década –tras la marcada depresión sufrida en los años noventa por la enfermedad hemorrágica vírica (EHV)–, una nueva variante del virus causante de esa enfermedad surgió con fuerza en el año 2011. Esta variante afecta de forma dramática a las poblaciones de conejo y, a diferencia de la anterior, no sólo es capaz de actuar sobre animales adultos, sino también de gazapos incluso antes del destete, lo que complica enormemente su gestión sanitaria.
Lo paradójico del conejo es que, a pesar de que la situación general podría calificarse como preocupante, presenta una marcada irregularidad, de modo que existen amplias zonas en las que sus censos son apenas testimoniales, mientras que en otras, muchas veces próximas a las anteriores y sin aparentes diferencias en cuanto a hábitat o gestión, causan daños importantísimos hasta el extremo de ser catalogados como verdaderas plagas.
Esta irregular evolución y la delicada situación general de muchos cotos y especies protegidas han hecho que, paralelamente, haya surgido un interés creciente por la realización de repoblaciones, translocaciones y refuerzos poblacionales. Éstas tienen, bien fines cinegéticos o bien de conservación, con el objetivo de mejorar las densidades y garantizar bien un aprovechamiento cinegético satisfactorio o bien la viabilidad de poblaciones de linces o águilas y en ocasiones ambas cosas.
Explotaciones cinegéticas
Para tratar de dar respuesta a este interés, desde finales del siglo pasado comenzaron a surgir granjas cinegéticas de conejo de monte que, con mayor o menor acierto, lograron criar en cautividad a la especie para tenerla disponible para su utilización en estas repoblaciones. También de la mano de esa demanda creciente han ido surgiendo otras empresas que, aprovechando la abundancia de la especie en determinadas zonas del país, los capturan también en vivo con ese objetivo.
En la actualidad, según censos oficiales del Ministerio de Agricultura, son más de un centenar las explotaciones de conejo de monte registradas a lo largo y ancho de la geografía española, que producen más de 200.000 animales al año. Estos conejos son liberados en nuestros montes, junto con otros tantos o, quizás, muchos más, que se mueven de forma más o menos legal en un lucrativo mercado que intenta satisfacer la demanda de cazadores que, desesperados por recuperar al conejo en sus cotos, recurren a esta medida, con la mejor voluntad, aunque no siempre con el mejor acierto.
El ‘precio’ de las translocaciones
La polémica surgió hace algunas semanas por el intento de la Consellería de Medio Ambiente de la Xunta de Galicia, entre otras, de tratar de incrementar los controles sobre la entrada de conejos de monte a esa comunidad y limitarlo mediante la denegación de permisos de suelta en el medio natural de partidas de animales procedentes de centros de concentración de animales capturados en campo con redes o con hurones en el centro y sur de España. Ante las airadas protestas de muchos cazadores y gestores por esta medida hemos creído conveniente analizar de forma somera el precio de las repoblaciones de conejo de monte.
Sin embargo, no es objeto de esta publicación hablar de cuánto cuesta en euros un animal, su transporte o la preparación del medio en la que será liberado, sino del precio que estamos pagando en nuestros cotos, desde un punto de vista cinegético y medioambiental, cuando introducimos animales de orígenes desconocidosy sin los debidos controles veterinarios, entre otras precauciones.
La translocación de cualquier especie que se va a liberar en el medio natural debe contar con una serie de garantías que hagan que el potencial beneficio a obtener sea, evidentemente, mayor al perjuicio que podemos causar con esa actuación. Esta premisa es idéntica para cualquier especie, sean ciervos, jabalíes u osos pardos…
Esos criterios de calidad se sustentan en tres pilares fundamentales: genética, sanidad y comportamiento, que iremos desgranando a continuación y que, sin duda, serán la clave para que el precio que paguemos por la translocación no se convierta en una hipoteca a muy largo plazo.
Por otro lado, esos criterios deben cuestionarse siempre después de analizar otras consideraciones previas que aseguren la necesidad o no de realizar la suelta.
Las sueltas se pueden justificar cuando la densidad de conejos existente no sea suficiente para recuperar las poblaciones en un espacio de tiempo razonable (5-10 años). Por tanto, si los censos en nuestros cotos arrojan densidades de conejos inferiores a 0,5-1 animal/ha, será probable que la recuperación de la especie sea muy complicada, puesto que, a buen seguro, se encontrará en un ciclo que los expertos denominan ‘pozo de la predación’. Esto quiere decir que la presión de caza, los depredadores naturales y otros factores hacen imposible que las poblaciones se recuperen. En todo caso, desde nuestro punto de vista, siempre que exista en el coto una población de conejo de monte, por pequeña que sea, deberíamos intentar recuperarla antes de pasar a tomar otras medidas.
Por otra parte, además de la densidad de conejos presentes en la zona, es fundamental analizar el hábitat del entorno, de manera que si la causa de la desaparición de la especie es un deterioro del hábitat, será difícil pensar que una suelta en ese mismo hábitat pueda dar algún resultado. Un hábitat diverso, rico en zonas de transición, linderos y sotobosques intercalados con parcelas cultivadas o praderas, serán ideales para recuperar la especie. No debemos olvidar que es tan perjudicial para el conejo un monocultivo intensivo de varias hectáreas de superficie como un monte denso repoblado de pino, o lo que es peor aún, un entorno abandonado en cuanto a los usos tradicionales de aprovechamientos agrícolas o forestales que han favorecido la presencia de especies como el jabalí.
Animales ‘de calidad’
Una vez consideradas estas dos variables, densidad y calidad de hábitat, y asegurada la necesidad de realizar una repoblación, translocación o refuerzo poblacional, según el caso, será cuando tengamos que preocuparnos de conseguir animales de calidad, para que, como dice el refrán, «el remedio no sea peor que la enfermedad».
La calidad, como apuntábamos, se mide en relación con la genética, la sanidad y el comportamiento de los animales.
Lo ideal será asegurar de forma prioritaria y absolutamente imprescindible la utilización de animales puros, de origen silvestre, sin mestizajes con domésticos, puesto que la presencia de genética de conejo casero lo podríamos calificar como un crimen desde un punto de vista medioambiental y también cinegético. Una genética que genere dudas estará poniendo en riesgo una selección natural que el entorno habría estado llevando a cabo durante cientos de miles de años, con lo que eso supone.
Una vez garantizada la genética silvestre debemos ir un paso más allá y utilizar siempre la misma subespecie que la existente de forma natural en nuestro coto. El conejo de monte cuenta con dos subespecies reconocidas en la península Ibérica, cuniculus en el norte y este, y algirus en sur y oeste, con una línea divisoria diagonal difusa que atravesaría nuestra querida piel de toro desde Galicia hasta Andalucía. Es evidente que si adquirimos animales que tengan que atravesar España de norte a sur o de este a oeste estaremos corriendo importantes riesgos en este sentido. De este modo, cuanto más próximo sea el origen de los animales a utilizar mucho mejor será el resultado de la repoblación.
El segundo pilar es la sanidad de los conejos translocados. Son numerosas las especies y subespecies e incluso variantes de virus, bacterias o parásitos que afectan a los animales y a nosotros mismos, de modo que el control veterinario de todos los animales minimizará riesgos.
No debemos olvidar que el movimiento de animales puede hacer, por un lado, que los recién llegados sean portadores de enfermedades desconocidas antes en la zona o que contaban con una baja incidencia y, por otro, que existan variantes de patógenos en el área de suelta con los que no hubieran contactado previamente y que pudieran ser causantes de la muerte de todos o gran parte del lote de suelta. Por poner un ejemplo, cuando los españoles llegaron a América, llevaron con ellos virus como el de la gripe que aquí apenas causaban daños, mientras que allí fueron un verdadero problema para las poblaciones indígenas, provocando miles de bajas. De nuevo, además del control veterinario, la cercanía es una garantía en este sentido.
El comportamiento es el tercer factor a tener en cuenta. Animales procedentes de granjas intensivas criados en jaulas y sin una adecuada aclimatación previa, presentarán comportamientos muy alejados de los considerados como ‘normales’ para la especie, que provocarán estrepitosos fracasos.
De otro lado, son frecuentes los problemas digestivos por cambios bruscos en las dietas de animales de granja o falta de reactividad frente a la presencia de personas, perros u otros depredadores.
Planificar la repoblación
Una vez garantizadas todas estas consideraciones previas, tendremos que planificar a conciencia la repoblación. Es esencial tener claro que la planificación debe ser a medio o largo plazo, porque, por desgracia, los milagros no existen en el ámbito de la gestión cinegética. Por otra parte, la planificación debe centrarse en conseguir animales de calidad, pero también en garantizar que el entorno donde van a ser liberados sea óptimo. Es mejor invertir más en el medio y menos en conejos que al revés, puesto que sino estaremos tirando el dinero.
Hay que tener claro las zonas de actuación. Será conveniente no pretender repoblar en grandes zonas a la vez, sino centrar nuestros esfuerzos en áreas más pequeñas, de no más de 10-20 hectáreas, en las que iremos actuando y, a partir de ahí, ir ampliando el radio de actuación de forma progresiva y, probablemente, en varias temporadas consecutivas.
Por último, no debemos perder de vista que una suelta de cientos de ejemplares de forma directa en el campo puede ser ‘espectacular’ de cara a agradar a unos pocos en el coto, pero sería igual de efectivo tirar unos cuantos billetes de veinte euros en el mismo lugar.
Las sueltas deben ser directas, en madrigueras, de lotes homogéneos y equilibrados, mucho mejor con cercados de aclimatación y vivares bien diseñados, eso sí, sin pretender meter a los animales en ‘pseudojaulas’ de unos pocos metros cuadrados herméticamente cerrados, puesto que, si el espacio es muy restringido, incluso correremos riesgo de agresiones entre ellos.
Conclusiones
Es evidente que planificar una translocación, repoblación o refuerzo poblacional requiere de una serie de actuaciones imprescindibles para asegurar, al menos, algunas opciones de éxito. Aún haciendo todo bien, no superaremos seguramente la supervivencia de más de un 50-60% de los animales liberados tras las primeras semanas postsuelta.
En el entorno de suelta son dos los factores fundamentales para decidir y planificar la suelta: la densidad previa de conejos autóctonos y la calidad de hábitat
En cuanto a los animales a emplear, genética, sanidad y comportamiento deben ser asegurados, incluso con una visita previa al lugar de origen de los conejos, bien sea una granja o un centro de concentración de animales procedentes de su captura en el medio natural.
La cercanía puede resultar un valor añadido, puesto que la capacidad de adaptación al entorno y a las condiciones climáticas de destino serán a priorimejores, así como la genética y la sanidad de los animales será más similar, al menos cuando el origen es silvestre
Una de las mejores opciones para la recuperación de la especie es plantear la construcción de cercados de cría en el propio coto y así capturar y soltar conejos capturados allí mismo, si bien es fundamental contar con un compromiso serio y los conocimientos suficientes para alcanzar el objetivo.
Por Carlos Díez Valle, Daniel Bartolomé Rodríguez y Carlos Sánchez García-Abad, Equipo Técnico Ciencia y Caza